lunes, 12 de noviembre de 2012

URGENTE: Mataron un pendejo, parieron su mártir

Desde el aula 204 de la Escuela de Deportes, escuché dos estruendos de bombas, hacia el noroeste, por la salida de la universidad que da a la avenida Alma Mater con José Contreras. Me parecieron sonidos familiares a las eternas protestas uasdianas, aunque tuve dudas.
Pese a la agitación interna por la reforma tributaria que cursaba en la Cámara de Diputados y la inusitada resucitación del vetusto reclamo del  5% del presupuesto nacional para la academia estatal, desconocía de planes para manifestaciones violentas. Y menos tan temprano: 10:30 de la mañana del jueves 8 de noviembre de 2012.
Pero varias de las estudiantes de Redacción I ya habían recibido la mala nueva a través de un BC recibido por sus móviles, y me sacaron de la incertidumbre: “Profe, hay líos en la esquina de la José Contreras y Alma Mater y por la puerta de la Correa y Cidrón; solo está libre la salida de la Juan Sánchez Ramírez. Vámonos ahora que ahorita se calienta”, advirtieron.
De repente, el ambiente no estaba para clase y hube de despachar. Me despedí con un “vámonos que ahorita matan uno, cuídense”, y, por seguridad personal, enfilé proa por la dirección recomendada.
A menos de cien metros del portón Este de la Sánchez Ramírez, cerca de dos docenas de policías, con chalecos antibalas entallados, estaban apostados portando escopetas, granadas de humo, bombas lacrimógenas y pistolas (no entendí –ni entiendo– lo de las pistolas). A escasos metros, estacionada en posición estratégica, debajo de un árbol de javilla, encima de la acera, una jeepeta de la Policía. El desordenado tránsito del sitio había desaparecido de súbito. Curiosos observaban desde la distancia. Cero protesta, cero enfrentamiento en ese lugar, hasta ese momento. Seguí mi ruta de salida.
Cerca de las 12:30, no bien llegué a casa, encendí televisión y computadora casi al mismo tiempo. Ya los desórdenes en la  UASD eran carne de todos los medios, convencionales y digitales, que difunden informaciones.
Media hora más tarde, por Facebook me enteré de la tragedia de William Wander Florián Ramírez, estudiante del sexto semestre de medicina que una semana después de la protesta cumpliría 22 años. Lo habían matado de un tiro en el pecho, disparado con la pistola asignada al “agente del orden”, raso Jaime Ramón Medrano Germosén, según confirmó luego el Instituto Nacional de Ciencias Forenses (Inacif) a partir de las evidencias suministradas por la Policía.
Oriundo de la empobrecida sección Mogollón, provincia San Juan de la Maguana, al suroeste de Santo Domingo, Willy era, conforme su padre Juan José Florián, un muchacho muy pobre y serio, que vivía solo, a expensas de los pesos que él le depositaba cada semana para mantenerse en la capital.
No se sabe aún si el ex aspirante a médico era de los encapuchados armados, eternos protagonistas de las protestas estudiantiles que autoridades universitarias y policiales sindican como integrantes de grupos externos, pero nunca han desenmascarado uno. Tampoco hay certeza sobre la versión de que solo estaba en lugar y momento equivocados…
Sí se sabe que un asesino, por encargo o por el ímpetu del poder que le dio su arma, apuntó y lo tumbó como una palomita. Y que desde ya este muchacho ha dejado de ser esperanza de su familia para ser asumido como mártir de quienes no tienen más talento político que agitar a los pendejos y elevar su ego hasta la irracionalidad, para mandarlos a atajar balas con sus pechos; y luego, sobre sus cadáveres aún frescos, con lágrimas de cocodrilo, venderse como líderes y darse la buena vida con cargos en la universidad o en el Gobierno pagados con el erario.

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